Hoy era el momento, tenía que decidir. Mañana al mediodía el carnaval estaría ya desinstalado preparado para partir, yo quería quedarme.
Desde aquella vez en el parque, bajo la lluvia, Aurora y yo habíamos estado viéndonos siempre a la misma hora, en el mismo lugar, en ésa mima banca, con el mismo objetivo: jugar a los amantes. Hoy no sería la excepción, me encontraba caminando hacia el parque, pensando las posibilidades y consecuencias tanto de dejar al grupo, como de dejar a Aurora, pensar ésta segunda me ponía de mal humor.
Llegue y ella todavía no estaba allí, fue un poco extraño, todos los días llegábamos casi simultáneamente, no le presté mucha atención. Me senté para esperarla con mis codos en las rodillas para sostener con las manos mi cabeza, me dolía de tanto pensar.
“Ni siquiera le he cantado la canción”. Pensé. Estaba seguro de querer quedarme y seguir viendo cada día a Aurora, pero pensaba también en mis amigos, ¿cómo reaccionarían? Principalmente Tobías.
Volteé para ver si la veía venir, pero en el parque no había alma aparte de la mía. Quizá también deambulara aquel fantasma.
El cielo comenzó a nublarse un poco, no había llovido desde hace un par días, la primera vez que nos sentamos aquí, y no quería que lloviera hoy, a pesar que adoro la lluvia, no quería que lloviera. No llovió.
Lo árboles se agitaban de un lado hacia otro, era fuerte el viento, hacía volar mi cabello también. Las hojas secas en el suelo formaban pequeños remolinos amarillos que giraba a gran velocidad, el polvo también se levantaba y el agua de la fuente me mojaba más de lo normal. No resistió, uno de los niños se cayó con un fuerte ventarrón.
Volteé de nuevo, pero seguía sólo.
Comencé a temer que no fuera a venir, quizá ya no quería verme, a lo mejor quería que me fuera junto con el carnaval y el recuerdo, pero yo no quería, me negaba a aceptar ésa posibilidad, no era una opción, no, no lo era. Yo quería quedarme aquí, en Bellamar, ver todos los días la puesta de sol teniéndola entre mis brazos, escondidos de los ojos de todo el mundo, fugitivos por la traición. ¿Pero y si ella no? ¿Si ella no quería? Aquel rencor que veía en sus ojos por Rafael y la atracción hacia mí, ¿sería sólo mi imaginación? Pero entonces, ¿por qué había estado viéndose conmigo? ¿Por qué se acurrucaba en mis brazos y permitía mis caricias y besuqueos? No sabía qué pensar.
Las nubes comenzaron a esparcirse, dejando ver el cielo naranja del atardecer, ya tenía ahí sentado, esperando, como unas cuatro horas. No quería irme, ¿y si llegaba? Pero no podía seguir perdiendo el tiempo, me levanté y comencé a caminar en dirección al carnaval. Tenía que empacar mis cosas.
—¡Ricardo! Espera, por favor… —en centésimas de un segundo mi corazón y mi espíritu se llenaron de éxtasis, olvidando todo ésos absurdos pensamientos.
Di media vuelta y estaba allí, tenía un par de lágrimas rodando por sus mejillas. Nunca la había visto llorar, se veía, con cierta ironía, muy hermosa. Me apresuré a ir a con ella, y la apretujé con un abrazo, recargué su cabeza en mi pecho y acariciaba su espalda con mi mano.
—¿Qué pasa, Aurora? ¿Por qué lloras, mi amor? —volteé su cara hacia la mía y besé su frente. La miré a los ojos.
—Lloro porque... porque… sólo… es cuestión de tiempo...
Me quedé sin palabras que pudieran salir de mi boca, mi voz se había quedado muda. La abracé muy fuerte, ella lloró más. Acaricié su rostro, limpiaba sus lágrimas, la besaba muy cerca a los labios, la abrazaba por la cintura.
—¿Cuestión de tiempo, para qué? No llores más, por favor… —en verdad quería que se mantuviera así, se veía muy bella así. También sabía la respuesta a mi pregunta, o al menos podía imaginarla, sin embargo tenía que asegurarme.
—Mañana se va el carnaval, seguro que tú te irás también…
—¿Por qué piensas eso? Yo no me iré, no quiero irme, quiero estar aquí, contigo.
Volteó rápidamente a verme a los ojos.
—¿Dices la verdad, Ricardo? ¿No te irás?
—No, claro que no. Tú, Aurora —limpié sus lágrimas, las últimas, había parado ya de llorar—, me haz hecho sentir cosas que no había sentido hace ya mucho tiempo, muchos años. Cosas que sólo había sentido por una persona que, lamentablemente, se apartó inevitablemente de mí.
“Pero sólo Dios, que me vio en mi amargura, supo darme consuelo en tu amor y mandó para mí tu ternura y así, con tus besos, calmó mi dolor”. Ricardo le dijo ésas palabras, citando una vieja canción. Aurora, aunque no la conocía, se llenó de éxtasis, se podía ver en sus ojos brillantes, ya no opacos como minutos antes, y en la sonrisa que cada vez era más grande en su hermoso rostro.
—Pero, ¿dónde te quedarás? ¿Dónde vas a vivir? ¿Nos seguiremos viendo con la misma frecuencia?
—Claro que nos seguiremos viendo. Aún no sé dónde viviré, pero ese no es problema —le expliqué que no era la primera vez que me encontraba sin un techo bajo el cuál dormir. Me pidió que me quedara en el castillo, pero no podría soportar ver que se acuesta en la misma cama que otro hombre, además, ¿bajo qué pretexto me metería al castillo?
—Te contrataré —claro, era la única opción—. Serás mi músico personal, Rafael lo entenderá como un capricho y comodidad mía.
—No lo sé…
—¡Por favor! No tienes otro lugar, además así podremos estar, todo el día, juntos.
—¡Oh, claro! Hay que estar juntos dentro del castillo frente a todos los guardias y la servidumbre, ¡que buena idea! —mi sarcasmo la molestó un poco.
—Yo sólo trato de ayudarte —dijo en un tono serio, en verdad le molestó mi sarcasmo.
—Escucha, no es la mejor opción que yo viva en tu castillo, buscaré una posada o alguien que me preste un cuarto.
—¿A un gitano? ¡Pero si es lo más fácil del mundo! Dejar a un gitano desconocido entrar a tu casa… —de acuerdo, venganza, dulce venganza.
—Pues entonces me quedo aquí, podría recostarme en la banca —casi no aguantaba las ganas de reírme por haber dicho esa estupidez.
—Mira, lo pondré fácil. No es una pregunta, como tu reina, ¡es una orden que entres en el castillo y compongas música para mí! —se veía tan linda intentando sonar estricta y dura. Sus ojos supuestamente demostrando enojo y rogando atención, su seño fruncido y sus labios cerrados con fuerza, se veía muy linda.
Tomé su mano, que me señalaba, y la besé, después de eso me arrodillé un momento y me puse de pié. A una distancia extremadamente corta entre sus labios y los míos, lo que la puso un poco nerviosa, también a mí, tengo que admitirlo.
—Lo que usted ordene, su majestad.
***
Sorprendió mi presencia al rey y a duras penas me incliné hacía él. “Quiero que me toque cada vez que se lo pida”. El rey no mostró objeción, sólo un poco de sorpresa y yo sonreí por el albúr.
—Mientras no te toque lo que no deba… —vaciló Rafael, Aurora rió.
La servidumbre, a regañadientes, me llevo a la que sería mi habitación. Me hablaban y veían mal, pues Aurora especificó que yo no sería un sirviente, como ellos, y que debían tratarme como a ella o Rafael y que obedecieran mi ordenes. Ordenar… Era algo que yo no pensaba hacer, mucha de mi gente, entre ellas mi madre, habían sido esclavizados o mandados a servir en algún feudo, además yo era de principios humildes, no era mi costumbre que me dieran todo en la mano e hicieran todo por mí mientras yo esperaba.
Mi cuarto era espacioso. No esperaba nada en especial, pero era mucho a lo que estaba acostumbrado.
—Disculpa, es el mejor cuarto vacío que tenemos —Aurora, que estaba a mis espaldas se disculpó, con una seña mandó que se fueran las dos señoritas que “amablemente” me habían traído a mi cuarto.
—¿Qué? ¡Es más que suficiente! Es muy grande.
—Bueno, vamos, te mostraré el castillo.
Alfombras rojas con adornos dorados en el suelo de mármol de los largos pasillos, con las paredes adornadas con grandes y hermosas obras de arte, pintura y escultura. Iban agarrados de la mano, bajo el pretexto de que Ricardo no se perdiera. Pasaron por el comedor, el gran comedor, que tenía una mesa muy larga con un montón de sillas y candelabros con velas esperando ser encendidas. El mantel era muy bonito. En las paredes había también pinturas y muebles con muchos cajones en los que seguramente habría platos, tazas, teteras, cubiertos… Subieron y bajaron una y otra vez las dos grandes escaleras que se veían justo al entrar al castillo para ir y venir por los pasillos. Visitaron el jardín frontal y se sentaron unos minutos al pie de aquel árbol por el que Ricardo subió a la recámara de aurora algunas noches atrás. Apuraron el paso para ver el patio trasero, pues la noche ya estaba sobre Bellamar. Juguetearon entre las flores y, escondidos, en el laberinto, de algunas decenas de metros cuadrados, no pudieron resistir tanta excitación entre los besos, era mejor que volvieran. Caminaban de regreso al comedor.
—Te gustará mucho la comida, Frederick, es un cocinero extranjero, cocina delicioso —Aurora presumía las delicias que comía día a día y que yo empezaría a probar—. Y ésta noche podrías tocar, un primer concierto —sonrió.
—Tocar… ¡el carnaval! —me había olvidado por completo, tenía que hablar con Tobías, Tania y todos los demás—. Lo siento su majestad —tenía que referirme así en el castillo, para evitar sospechas entre la servidumbre—, tengo que regresar al carnaval, avisar y despedirme de todos.
—Oh, si, claro, está bien —sonreía aunque parecía un poco desilusionada.
Me acerqué y sin fijarme que una muchachita, apenas tenía un par de semanas como sirvienta en el castillo según me había platicado Aurora, nos veía, la besé para despedirme. Cintia hizo como que no vio nada, pero nosotros al voltear la vimos.
—Yo me encargo, ve.
Corrí a con el grupo mientras Aurora platicaba con Cintia, quien aseguraba no diría nada, después de todo eran confidentes casi desde que comenzó a trabajar ahí.
Me sentí un poco mal al llegar y ver todo el carnaval levantado y listo para partir al día siguiente, pensé en volver al castillo y no hablar con nadie, sólo perderme. Era una cobardía, lo sé, pero no me atrevía a dar un paso más. Ya no pude evitar seguir cuando Tobías salió de su tienda para ver si volvía y me vio allí. Le ofrecí una sonrisa falsa.
—¿Listo para partir mañana? —se veía algo entusiasmado.
—Este… Tobi, ¿me haces un favor? Reúne a todos, y sabes a quienes me refiero con “todos”, los esperaré en la estatua —la estatua era aquella en la que escribí la canción para Aurora, canción que aún ella no conocía.
—Está bien —me miró con recelo, se preocupó un poco.
Mientras llegaban todos yo pensaba qué les iba a decir, ninguno aceptaba que fuera buena idea mi relación con Aurora y, en efecto, no lo era.
—¿Qué pasa, Ricky? —Tania me sonreía mucho, su mirada intentaba seducirme, como siempre, le gustaba mucho, admitiré que a mi también con ella, tener sexo conmigo. Todos mis camaradas ya estaban presentes.
—Escuchen, ¿recuerdan aquel día en Sabeliña en que Raquel y yo nos unimos al grupo? Desde entonces hemos estado juntos exactamente nosotros mismos —todos estaban extrañados por lo que les decía—, pues todo tiene un fin —Tobí volteó a ver el suelo, sabía lo que estaba a punto de decir, me conocía demasiado bien—. Antes de que Raquel y yo nos uniéramos, hace ya muchos años, ustedes ya estaban unidos, y ahora seguirán unidos. Son Alfa y Omega, principio y fin, en Sabeliña fue el principio, ésta noche, aquí en Bellamar es el fin.
—¿Qué intentas decir? No te entendemos Ricky.
—Si, si me entienden. Mañana no iré con ustedes, me quedaré aquí.
—¿¡Qué!? ¿Por qué? —el ambiente se puso tenso.
—Me he enamorado…
—La reina… pero es imposible, lo sabes muy bien —Daniel, el del bar, intentaba convencerme.
—Ah, por cierto, ten Dani, lo que te debo —le entregué una bolsa con algunas monedas—. La verdad es que no es todo, pero es todo lo que gané en la semana.
—Bueno, y, ¿dónde vivirás?
—En el castillo, ¿no es obvio? —dijo Tobi en tono molesto, dio media vuelta y se dirigía a su tienda.
—Tobi, ¿A dónde vas? Espera… —quería detenerlo, pero no iba a usar la fuerza, sería inútil, era mucho más fuerte que yo.
—¿¡Para qué!? ¿¡Para escuchar como nos cambias, a tus amigos de más de diez años por una golfa que conociste hace seis días!? No tiene caso…
Sentí ganas de matarlo por haberle llamado así, no dije nada, dejé que se fuera aunque quería detenerlo. Todos, a excepción de Tania y Daniel se fueron tras Tobi sin decir nada, en sus rostros estaba pintada la decepción al máximo tono.
—Ricky, no me opondré a tu decisión, yo más que nadie sé cuanto buscas el amor, y si crees que lo haz encontrado, suerte —en sus ojos cristalinos, a punto de derramar alguna lágrima, se veía una profunda tristeza, pero su sonrisa era sincera.
—Cuídate muchacho, y no olvides quien es ella y de quién es mujer, ten mucho cuidado —Dani siempre me había tratado como a un hijo, nunca tuvo ninguno.
—Esa mujer, papá, es sólo mía —abracé muy fuerte a ambos y nos despedimos, esperando volvernos a ver algún otro día, seguramente sería hasta el año siguiente.
Regresé al castillo caminando muy despacio, pensando en el desprecio de Tobi. Era razonable, él era muy sentimental y yo fui su mejor amigo en el grupo desde que formé parte de él, era como haberlo traicionado.
***
Me hice llegar a la torre más alta del castillo, no supe ni como llegué, desde la cuál podían verse todos los rincones de la ciudad. Se veía claramente el sitio donde estaba el carnaval e incluso el bar donde Aurora y yo pasamos nuestra primera noche juntos. Había un hombre allí, era alto, más o menos igual o un poco más que yo. Cabello castaño claro y largo, no tan largo como el mío, y barba de candado adornaban su cabeza. Parecía entretenido jugando ajedrez sólo, mientras veía el cielo. Era Rafael. Quise darme media vuelta y buscar mi habitación, pero me di cuenta que me veía a escondidas con su esposa. La verdad, ¿qué importaba? Me di media vuelta y justo al dar dos pasos se percató de mi presencia, me pidió que me quedara. “Era mejor apreciar la belleza de la Luna en compañía”. Era verdad, la Luna, en su máximo esplendor alumbrando el cielo, despejado de nubes, se veía realmente bella. Me sorprendió que alguien como él se fijara en cosas tan sencillas como la Luna.
Estuvimos allí mirando al infinito sin decir una palabra, era un poco incómodo.
—¿Cómo se conocieron Aurora y tú…? —alargó la última palabra dando a entender que no recordaba mi nombre.
—Ricardo…
—Oh, sí, lo siento. ¿Cómo se conocieron, Ricardo? —era obvio que no le interesaba, sólo buscaba iniciar una conversación.
—Casualidad —traté de ser lo más cortante posible. Después de un par de segundos de quedar en silencio no pude evitar la curiosidad—. ¿Y ustedes?
—Causalidad —sonrió. No entendí a qué se refería pero no pregunté más, me limité a responderle con otra sonrisa—. ¿Usted tiene mujer, amante, esposa…?
—No —guardé silencio, quería evitar el tema, pero si no respondía algo seguiría preguntando—. Enviudé.
—Oh, lamento oír eso.
—Disculpe, su majestad, si es molesta la pregunta, no es necesaria la respuesta. ¿Usted qué haría si le pasara algo a su majestad, la reina?
—La verdad no es que no quiera, sino que no puedo contestarle. No puedo imaginar la situación, una vida sin Aurora sería como una vida sin vida —justamente eso pensaba yo.
—Debe quererla mucho, como a ninguna otra mujer —remarqué un poco la última frase y lo volteé a ver de reojo intentando disimular que seguía viendo al astro madre. No respondió.
—Ya es tarde, me siento agotado. Discúlpeme Ricardo, iré a mi cama.
—Buenas noches, su majestad —me incliné hacia él y me di cuenta que no lo había hecho al llegar, una gran falta de respeto para el rey, pero no pareció haberle afectado. En cambio, mi comentario si.
Ricardo se quedó allí, mirando como la Luna se movía de un lado a otro en el cielo, pensando en sus posibilidades con Aurora; planeando flirteos y tratando de visualizar momentos en los que podría estar a solas con ella; fantaseando con tomar el lugar de Rafael en su cama y estar todas las noches al lado de su amada. Ricardo sonreía.
La noche pasaba, y de repente se dejaba ver alguna nube que terminaba por pasar sin dejar caer ni una sola gota de agua, era seguro que no llovería y todo parecía indicar que el día siguiente tampoco, seguramente iba a hacer calor. Jugueteó buscando formas hechas por las estrellas inventando pequeñas historias. Se ideó una en la que se bañaba con Aurora en las hermosas cascadas de las montañas Roca Vieja disfrutando del agua y de sus cuerpos. No sintió vergüenza alguna, estaba sólo, de la erección que le provocó.
Una luz comenzó a fastidiar a sus ojos y el alba comenzó a iluminar a Bellamar. Bajo estas primeras luces del día, los gitanos comenzaron a partir. A caballos, mulas y asnos, otros a pie, algunos en las carretas, tiradas por los mismos animales, entre las carpas, cuerdas y demás piezas que armaban al carnaval, todos los gitanos abandonaban la ciudad. Parecía ser que alcanzaba ver a Tobías entre la multitud.
Recuerdos felices, recuerdos tristes y cientos de imágenes llegaban al mismo tiempo a la mente de Ricardo. Una etapa de su vida había terminado y el libro había cambiado de hoja, ahora comenzaba a sentir el vértigo, nervios y ansias de comenzar la nueva página.